No hemos llegado al calabozo céntrico de tu cobardía para patearte las
puertas y ensordecerte a cachiporrazos en las rejas de las ventanas
desde las que mirás la vida con ojos de fantasma de vos mismo…
No estamos aquí para levantarte desnudo de madrugada y mantenerte
horas y horas de plantón mientras te entreveramos la yerba y el azúcar
con el jabón en polvo y el cemento de zapatero.
No vinimos a secuestrarte las fotos de seres queridos que jamás has
tenido, ni a decirte que tu mujer se acuesta con otro verdugo como
vos. No te vamos a inventar tampoco motivos para incomunicarte en la
“sala de disciplina”.
No estamos aquí para imitarte ni en lo más mínimo. No podríamos, no
No vamos a inyectarte el cuarto litro de “Calmancial” que te dejará
estúpido y sin reflejos durante semanas enteras hasta que tu mente
empiece a elaborar la idea de la traición o el suicidio. No nos
interesa dejarte tullido y sin consciencia de tu propia bestialidad.
No vinimos a hacerte ingerir de prepo el “Meprobamato” que los yanquis
le dan a los perros para atontarlos y matarlos lentamente. No estamos
aquí para obligarte a consumir nada que te lleve al universo de la
locura que vos tan prolija y obedientemente supiste ir construyendo en
todos aquellos años en los que tu tarea, tu execrable tarea de asesino
con título universitario, fue la de enloquecer prisioneros políticos
hasta llevarlos a la postración o la muerte, después de tratar de
convertirlos en la peor piltraja de un campo de concentración o una
cárcel, que es la de “ortiba” o “soplón” de los mismos milicos que te
verduguean.
No hemos traído tampoco ninguna soga que te arrimemos para inducirte
al suicidio. No es poca ni nada frágil la soga que ya vos mismo te has
enrrollado al cuello con tu repugnante vida de idóneo en tortura
psicológica y degradación humana al por mayor.
Nuestras compañeras y compañeros enloquecidos y mutilados en plena
vida joven por tu obra criminal, no nos piden que vengamos a
torturarte y suicidarte, aunque ninguno de ellos ni ninguno de
nosotros, nos angustiaríamos en absoluto si una mañana de éstas tu
descompuesto cerebro sin alma dejara de funcionar definitivamente
(sería, al fin de cuentas, una pequeña contribución a un mundo
demasiado envenenado por violentos como vos, que son los peores, los
que elaboran muerte y dolor desde la premeditación, la alevosía y el
abuso del poder, “creativamente”, como ofrenda alcahueta a los
designios de los que matan y vuelven a matar todos los días y todas
las noches con la opresión y la explotación sistemáticas y un
terrorismo de Estado planificado para defender privilegios que algunos
creyeron eternos).
Hemos venido a decirte a vos y los tuyos, que para el pueblo no hay
impunidad que valga, con leyes cómplices o sin ellas. Que no la hubo
antes de tu obra miserable, durante ella, ni ahora, ni nunca. Hemos
ve-nido a que sientas que la memoria y el odio no descansan y a
hacerte saber que aquello que vos creías derrotar con tus crímenes, es
esto que hoy debés soportar a pesar de los uniformes que custodian tu
calabozo de impunidad.
Estamos aquí mostrándote lo que tus delirios de intelectualoide
fascista no te per-mitieron siquiera imaginar mientras escrib-ías
editoriales de pasquines nazis y luego, cuando asesorabas a los
milicos en la tarea de lograr que los presos políticos solamente
saliéramos del campo de concentración muertos o locos, como los
queridos Compañeros Más Más, Cía del Campo, Bardesio Filipone,
Rodríguez Olariaga, Angel Yoldi, Ramos Bentancur, Fernández Cúneo,
Wassen Alaniz, por nombrar unos pocos de los que miles que vos
martirizaste, y sin contar a los muchos que fueron muriendo y
enloqueciendo luego, después que los burgueses a los que serviste como
niñera meticulosa y obsecuente, dieran por concluida la “patriótica” y
“valerosa” labor “cívico-militar” de masacrar al movimiento popular.
Estamos aquí para mostrarte una de las posibilidades de la justicia
popular en la que algunos han dejado de creer probablemente por obra
tuya también, en parte. Estamos aquí para que veas y sientas -con los
de tu calaña y los que han perdido la memoria y la vergüenza-, una de
las formas más elementales y leves de la justicia popular: la del
deschave público, el desprecio colectivo, el no dejar descansar en paz
ninguna impunidad y exigir el juicio y el castigo aunque por ahora
parezca que nos conformamos con que vayas a heder al casino de los
oficiales o la suite VIP de Piedras Blancas, donde seguirías
lamiéndole las botas a toda esa mierda amontonada de la que vos sos
parte y con la que volverás a mezclarte con delirios de regresos
fascistas, que sin la más mínima duda, si ocurren, ocurrirán, esta
vez, con justicia popular automática y, por cierto, mucho, muchísimo
más dura y aleccionante que estos escraches de hoy con los que el
pueblo ha decidido seguir hasta las sombras mismas de los verdugos de
ayer, de hoy y de mañana.
Hemos venido a hacer justicia popular, a cara descubierta y
descubriendo las caras de los que creyeron que pasarían al olvido y al
perdón, sin verdad, sin justicia y sin castigo.
Hemos venido –entre muchísima gente que ni te conoce- los locos que
aún sobrevivimos y podemos caminar y luchar, y los que no están o
están postrados, pero tam-bién luchan y gritan con todos nosotros:
“¡Verdugo Brito, vos sí que ya estás frito!!!”.
Y decirte, como lo hacías en el “penal de Libertad” con tus torturados
hechos pomada a plena consciencia:
“Lo veo bien, Don Brito, se lo vé mejor, mucho mejor…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario