viernes, 30 de julio de 2010

Tres aviones UC-123B en una misión de fumigación de productos químicos defoliantes en Vietnam del sur, en este caso sobre los arrozales

Silvia Cattori: Todos los políticos con conciencia y medios para actuar deberían leer y tomar en serio su libro Agent Orange – Apocalypse Viêt Nam, que acabo de devorar de un tirón y con el corazón encogido. Esta obra muy documentada e ilustrada con fotos conmovedoras de la mayor guerra química de la historia de la humanidad debería darse a conocer al público, movilizar a la juventud y a todos los padres, la salud de cuyos hijos corre peligro si no se acaba con la locura destructora de estas guerras a las que, curiosamente, nunca se ha opuesto ningún partido ecologista. Ni los ecologistas Daniel Cohn-Bendit y Joschka Fischer se opusieron a la guerra que arrojó toneladas de uranio empobrecido sobre Serbia [1]. Lo que usted describe aquí y que debería ser uno de los principales motivos de preocupación para cualquiera sigue siendo extrañamente ignorado por los medios de comunicación. ¿Cómo usted, que no es periodista, ni médico, ni científico, ha llegado a implicarse hasta ese punto para, medio siglo después, poder sacar a la luz las terroríficas consecuencias de la guerra química que se llevó a cabo en Vietnam? ¿Podría explicarnos lo que le motivó?




André Bouny

André Bouny: En efecto, es sorprendente que ningún gran periodista haya escrito un libro sobre este crimen cuya magnitud es tan considerable que casi supera el entendimiento; sin duda este tema, tan complejo, cubre tantos dominios que disuade de acometer esta empresa en un mundo cada vez más especializado.

De hecho, uno no se levanta un día diciéndose que va a escribir un libro sobre el agente naranja; esta obra es el resultado de una larga inmersión. Las primeras imágenes que vi cuando era adolescente en la televisión en blanco y negro en mi pueblo mostraban la guerra de Vietnam. Permanecieron grabadas en mí. Después, cuando estudiaba en París, participé en protestas contra esta guerra y sabíamos que se estaban utilizando en ella armas químicas. A continuación descubrí este país.

Es necesario dar a conocer esta inmensa desgracia tanto a nuestros conciudadanos como a la opinión pública internacional. Este libro incluye fotografías que son extremadamente importantes porque permiten comprender los estragos causados por el agente naranja. La mayoría de las ilustraciones son inéditas. Todas ellas son fotos dignas porque no es un libro «impactante», al menos no en el mal sentido del término: es ante todo un libro «esclarecedor».

Yo no me siento perteneciente únicamente a mi país, sino al mundo en el más amplio sentido. Por supuesto, cuenta mucho el hecho de que mis hijos, a los que adopté, sean de origen vietnamita. La asociación D.E.F.I. Viêt Nam, que fundé, ha establecido unos estrechos vínculos con capas diferentes de la sociedad vietnamita, sobre todo en el sur. Muchos contenedores de material médico que se han enviado allí han equipado a servicios hospitalarios, maternidades, dispensarios y dentistas. Las visitas a los niños apadrinados permiten descubrir unos lugares increíbles con unas condiciones de vida impensables, tanto en las ciudades como en el campo.

Cuando constituí el CIS (Comité Internacional de Apoyo a las víctimas vietnamitas del agente naranja) se crearon nuevos vínculos, esta vez en el norte. Esta «reunificación» me permitió recorrer el país de un extremo al otro y comprender mejor la complejidad de este pueblo.

Silvia Cattori: Aunque la guerra de Vietnam pueda parecer lejana a las generaciones jóvenes, su obra parece temiblemente actual al menos por dos razones. En primer lugar, porque muestra que los efectos del agente naranja siguen desplegando hoy sus espantosas consecuencias sobre millones de personas. En este momento siguen naciendo niños monstruosos porque las mutaciones genéticas adquiridas por las personas contaminadas se transmiten a sus descendientes, lo que, como usted escribe, constituye un verdadero «crimen contra el genoma humano». Y en segundo lugar porque otras armas susceptibles de provocar unos efectos a largo plazo tan terribles –sobre todo las armas de uranio empobrecido– se han utilizado recientemente, en Serbia [2], en Afganistán [3], en Iraq [4], en Gaza [5], en Líbano [6] y se siguen utilizando. En la conclusión del libro usted afirma: «Tomar conciencia de la catástrofe generada por el agente naranja es la primera etapa, necesaria para prevenir y evitar otros desastres del mismo tipo (ecológicos, medioambientales y sanitarios), e incluso peores». En esta perspectiva, ¿ha establecido contactos con grupos o investigadores que investiguen estas nuevas armas? ¿Planean ustedes acciones comunes?

André Bouny: Para mi generación Vietnam evoca la guerra; para los más jóvenes, un destino turístico. Una nueva guerra hace olvidar la anterior y oculta en gran parte sus consecuencias, tanto más cuanto que la información se concentra exclusivamente en la última. En el caso que nos interesa, efectivamente están naciendo mientras hablamos niños afectados por graves minusvalías y a veces con formas inhumanas, aunque la ciencia no haya demostrado –ni comprendido- todavía los mecanismos que demostrarían que estos efectos teratógenos se deben a una modificación genética adquirida por las víctimas del agente naranja, como es el caso en la experiencia con [moscas] drosófilas efectuada por dos biólogos estadounidenses. Con todo, las autoridades vietnamitas se plantean si se debe dejar procrear a las víctimas del agente naranja.

La similitud entre los efectos del agente naranja y los del uranio empobrecido en los recién nacidos es sorprendente y obliga a estanlecer una comparación. Conocemos por experiencia los riesgos y las secuelas de la radiactividad. Además, la controversia sobre la radiactividad de baja intensidad –por ejemplo, la asociada a las partículas ingeridas o inhaladas disipadas por el efecto piróforo de las ojivas de las armas de uranio empobrecido- recuerda a la que ha conocido el agente naranja ante el lobby de la química; en el caso del uranio empobrecido se trata del de lo nuclear. De la misma manera, los límites de dioxina admitidos en la alimentación en ningún caso pueden dejar de tener efectos. El paralelismo entre ambos venenos existe también en los usos civiles: para el caso de la dioxina, agricultura, gestión de los bosques y eliminación de residuos, entre otros; para la radiactividad, la energía y el uso médico.

La consciencia de una catástrofe como la del agente naranja sobre medio ambiente y toda forma de vida que lo habita no se da por hecho en nuestras sociedades de consumo, que dejan creer que existe una solución para todo por medio del progreso y de la transformación de materias en «bienes» de consumo, que contaminan la naturaleza y, por lo tanto, nuestros organismo, con lo que se genera así un círculo vicioso sin fin. Dirigir la lucha tanto por la justicia y el reconocimiento como por que las víctimas sean indemnizadas no deja tiempo ni energía para estar en varios frentes, aunque toda víctima tenga derecho a nuestra compasión y por encima de todo, a nuestra ayuda y solidaridad. Sin embargo, se constata que, a imagen del CIS, hay muchas personalidades que se activan incansablemente en favor de las víctimas del uranio empobrecido. Sí, la conciencia de estas personas ya tiene como acción común la información.

Silvia Cattori: En su obra exhaustiva Agent Orange – Apocalypse Viêt Nam usted hace un balance completo de los muchos aspectos del problema. En su opinión, ¿cuáles son los elementos específicamente nuevos que aporta usted?

André Bouny: El elemento nuevo más destacable es sin duda el nuevo cálculo del volumen de los agentes químicos que he establecido a partir de los datos del Informe Stellman, el estudio oficial financiado por Estados Unidos a principios de la década de 2000 en Vietnam, un informe que altera a la baja todos los cálculos comúnmente admitidos hasta entonces. Simplificando las cosas, partí de datos establecidos por los archivos del ejército estadounidense –que probablemente son incompletos– y los crucé con otras informaciones salidas también de estos mismos archivos. El resultado es simplemente terrorífico. Jeanne Mager Stellman, una científica estadounidense que elaboró un informe que lleva su nombre, leyó atentamente mi libro y no puso en tela de juicio en ningún momento el nuevo cálculo que propongo sobre los volúmenes de agentes químicos utilizados en Vietnam.

Por otra parte, la manera en que se habla de la guerra de Vietnam en este libro no es la que se cuenta en los manuales de historia occidentales: la perspectiva es la de los vietnamitas. En efecto, el telón de fondo está jalonado de muchos elementos demasiado poco conocidos, olvidados por la amnesia selectiva. Hablo del falso ataque sufrido por los barcos estadounidenses en el golfo de Tonkin que permitió desencadenar la guerra contra el Vietnam del norte comunista y engañar al Congreso estadounidense, o de la trama de las guerras secretas que se llevaron a cabo en Laos y Camboya en la más perfecta ilegalidad nacional e internacional, o incluso el inimaginable tonelaje de las bombas arrojadas durante esta segunda guerra de Indochina, la cantidad impensable de muertos y heridos, o del embargo que multiplicó los daños de esta larga guerra de independencia sobre la población civil, primera víctima de los últimos conflictos postcoloniales... Éstos son algunos ejemplos.

Silvia Cattori: En la década de 1970 recorrí Vietnam con el corazón destrozado. Admiré a esos frágiles médicos vietnamitas, los cuales operaban día y noche en la selva a las víctimas de los bombardeos estadounidenses que lanzaban continuamente sus mortales cargamentos. ¿Cómo son hoy los efectos del agente naranja en los seres humanos, la flora y la fauna en estos países de la antigua Indochina en los que residen ex combatientes y dónde se ha almacenado el producto?

André Bouny: La situación actual en Vietnam es simplemente catastrófica. Hace sólo unos días el vicepresidente de la Asamblea Nacional de Vietnam anunció que cuatro millones de personas estaban actualmente contaminadas.

Esto puede parecer descomunal y, sin embargo, proporcionalmente estas cifras están muy por debajo de, por ejemplo, las de los veteranos surcoreanos que han llevado el asunto a los tribunales… Ahora bien, ¡ellos no se vieron expuestos de una manera comparable a la situación en la que se sigue encontrando la población vietnamita! Tanto ex combatientes como población civil, sin distinciones, padecen enfermedades incurables y cánceres en un país en el que el acceso a la atención médica, cuando existe, es difícil.

Están además los recién nacidos que vienen al mundo con deformaciones monstruosas, ausencias parciales o totales de miembros y/o deficiencias mentales. Lo mismo ocurre en Laos y Camboya, países en los que faltan cruelmente medios para establecer, a semejanza de Vietnam, cuál es realmente la situación epidemiológica. Tanto en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur como en torno a las bases militares en Filipinas en las que se almacenaba el veneno veteranos y civiles que fueron expuestos al agente naranja desarrollan los mismos males.

Por lo que se refiere al medio ambiente, la selva tropical desaparecida no se regenera y no se puede hacer que vuelva a surgir la selva tropical cuando los suelos erosionados han perdido sus nutrientes, generados por la propia selva y que le permiten crecer y existir: es una situación inextricable y desesperante. En Vietnam hay zonas enteras en las que se ha prohibido cultivar o que son de acceso prohibido, son los hots spots. Estos “puntos calientes” suelen ser antiguas bases militares estadounidenses que se extendían por superficies considerables –auténticas ciudades– en las que se almacenaba el agente naranja antes de trasvasarlo a los aviones o a aparatos terrestres, y cuyos alrededores eran ampliamente defoliados por razones evidentes de seguridad.

En lo que concierne a Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, el problema afecta más particularmente a los veteranos y en diversos grados a los lugares en los que se experimentaron los agentes químicos (o a veces se fabricaron, como en el caso de Nueva Zelanda) durante las pruebas para ponerlos a punto. La lucha de los veteranos de estos países, enfermos y con una descendencia paralelamente afectada, es más conocida porque en comparación con Vietnam estos países se benefician de estructuras sanitarias. Pero, aún así, la lucha de estos veteranos de países llamados desarrollados fue larga y feroz para obtener el reconocimiento de las relaciones de causa efecto entre el agente naranja y sus enfermedades. Y esta lucha sigue actualmente. Para la mayoría de los veteranos el reconocimiento y las indemnizaciones se siguen haciendo esperar.

Silvia Cattori: Usted describe detalladamente, con gran compasión y mucho tacto, la vida cotidiana de las víctimas y sus familias. ¿Existe esperanza para ellas?

André Bouny: La esperanza exige que se satisfagan tres puntos. Ante todo, que los medios de comunicación apoyen a las víctimas ante las opiniones públicas, sin lo cual los puntos siguientes serán inalcanzables: que se haga justicia, lo que implica unas indemnizaciones consecuentes y adaptadas; que finalmente los presupuestos económicos hagan avanzar a la ciencia en los dominios de descontaminación corporal y medioambiental (acabamos de saber que el genetista John Greg Venter acaba de controlar una bacteria). Las bacterias son la principal esperanza en lo que concierne a la descontaminación de los suelos. Más allá de eso, el presidente Barack Obama podría suavizar los ángulos de este asunto en relación a las cuestiones geopolíticas.

Silvia Cattori: En los Anexos de su obra usted hace un recuento de todos los principales documentales, libros y artículos sobre el tema, en francés e inglés. ¿Por qué hay tan pocos?
André Bouny: En las obras generadas por la Guerra de Vietnam este arma química se menciona brevemente y muy pocas veces es objeto de una página entera. En Estados Unidos existen obras consagradas al agente naranja, esencialmente en referencia a los veteranos nacionales. En 2005 la Asociación de Amistad Franco-Vietnamita publicó en francés una pequeña antología de trece autores especializados. En el cine, por su parte, si bien existen algunos documentales –con frecuencia a iniciativa personal– todavía no se ha dedicado ningún largometraje al tema. La película sobre este tema, programada en un canal de la televisión francesa, dura 75 minutos y está dedicada a las gestiones judiciales vietnamitas en tierras estadounidenses.

Sin duda existen razones objetivas para ello, pero también irracionales: ausencia de presupuesto para una obra que no proyectará la imagen de un Estados Unidos benefactor, autocensura con el objetivo de preservar un honor herido o de no alarmar o indignar a la opinión pública ante imágenes insoportables de niños monstruos. El crimen del agente naranja puede resurgir con ocasión de la urgente preocupación por preservar el medio ambiente que no se libra de ser un efecto de moda. Por otra parte, la utilización de congéneres químicos del agente naranja en los pesticidas utilizados en la agricultura industrial moviliza a la gente en relación con una alimentación que asusta, y con razón, con lo que se relacionan así los pesticidas con los recursos alimenticios actuales; por el contrario, el agente naranja se utilizó en Vietnam, Laos y Camboya para destruir los recursos alimenticios de ayer. Al cerrarse, este círculo une indisociablemente las obras El mundo según Monsanto, de Marie-Monique Robin; Soluciones locales para un desorden global, de Coline Serreau; y Agent Orange – Apocalypse Viêt Nam: un signo de los tiempos.

Silvia Cattori: Es muy valiente dedicarse a un tema que los poderes quieren ignorar. Es de augurar que su libro, que ya ha sido recogido por los nuevos medios de comunicación, tenga el recibimiento que merece en la prensa tradicional.
André Bouny: 2010 es el año de la biodiversidad. ¡Debería serlo cada año! Se constata una evolución del público hacia una mayor toma de conciencia, un interés por discernir y conocer mejor los perjuicios de nuestras sociedades industriales sobre nuestras propias vidas. Esta constatación implica al público y a los medios de comunicación, ya que ambos están íntimamente unidos.

Aunque, por desgracia, el agente naranja no sea un asunto del pasado puesto que en este instante siguen muriendo y naciendo víctimas, por supuesto existe un deber de memoria y, sobre todo, de reparación. Tengo confianza: los medios tradicionales no pueden permanecer al margen de un problema que concierne a millones de víctimas.
En mi opinión, Internet y los medios tradicionales no son antagonistas, como con frecuencia los últimos creen, sino complementarios. No tienen por qué temerse mutuamente: simplemente deben abolir la línea que les divide sobre ciertas informaciones. Si ciertas páginas web se benefician de una audiencia importante, también es un hecho que para que una información llegue al gran público debe ser revelada por los grandes medios tradicionales; Internet no los pueden sustituir, al menos todavía. Espero que las páginas web sean un intermediario, un paso hacia los medios que usted llama «alineados»; no soy ingenuo, aunque quizá soy demasiado optimista. Las ONG como Médicos del Mundo, Médicos sin Fronteras, Handicap International, WWF, la Cruz Roja, etc., también deben acercarse a las víctimas del agente naranja que necesitan a todos. Cada uno debe salir de su parcela.

La opinión pública es la única que puede ejercer una presión lo suficientemente fuerte como para obligar a sus representantes y a los responsables políticos a intervenir ante sus homólogos de todos los países y, en particular, de Estados Unidos. Las víctimas están entre nosotros, aunque muchas de las personas expuestas ya han muerto. Los niños inocentes que hoy, tres generaciones después de la guerra, nacen sin brazos ni piernas, o sin ojos, incluso sin cerebro o con dos cabezas (la cantidad de malformaciones no tiene límites), estos niños son nuestros semejantes en el sentido más laico del término. Callar equivale a apoyar el crimen. Además, cuando los criminales no sólo siguen impunes sino que además prosperan con sus crímenes, hay muchas posibilidades de que cometan otros en el futuro. Es necesario conocer el pasado para impedir que esto vuelva a suceder.

Silvia Cattori: En su libro relata cómo la acción que emprendieron en Estados Unidos las víctimas vietnamitas del agente naranja se saldó con una denegación de justicia, de la que apenas informaron los grandes medios, y usted menciona los intereses cruzados de los grandes grupos industriales, de las grandes potencias y de los poderes mediáticos para explicar este escandaloso silencio. El mismo silencio rodea hoy a las informaciones que han reunido algunos grupos de investigadores sobre los efectos de las armas de uranio empobrecido, cuyos trabajos sólo han conocido por el momento una difusión demasiado restringida para movilizar a la opinión pública. En vista de ello, ¿cómo seguir siendo tan optimista como usted parece ser? En su opinión, ¿cuales son los factores que podrían cambiar la situación de forma determinante?

André Bouny: Identificar bien los frenos a la justicia es una necesidad para ganar las causas en el terreno judicial. Es esencial la información sobre estos obstáculos, no sólo para denunciarlos sino para obtener el apoyo de la opinión pública, porque la justicia sólo se puede obtener si y cuando todos han comprendido bien la prueba de la injusticia. Pero nos encontramos en un círculo inmoral porque los intereses financieros unen a traficantes de armas y poderes mediáticos. A esto se añade la autocensura, consciente o inconsciente, fabricada por una ideología individualista la cual se basa en el milagro de un progreso perpetuo e ilimitado, que deja creer y aceptar que en el fondo nada es tan grave y que cualquier problema encontrará un día su solución y acabará por resolverse por sí mismo. Es un poco la misma mentira intelectual que la que consiste en creer que las fuentes de energía no renovables son inagotables y eternas.

Por lo que se refiere al optimismo, sé que hay periodistas curiosos y humanistas, ilustrados y valientes, como siempre los ha habido.

No se puede estar al lado de las víctimas y no creer en lo que se emprende por ellas, sin lo cual es inútil iniciar la menor acción que tenga por objetivo obtener unas mejores condiciones de vida para ellas. Por supuesto, la realidad puede aniquilar la esperanza. A veces ocurre también que el optimismo se desvanece o, más bien, se eclipsa. Pero si quienes apoyan a las víctimas mostraran un pesimismo resignado, ¿con quién podrían contar éstas?

La situación de las víctimas del agente naranja, como la de otras víctimas, sólo podrá cambiar si una información sostenida de manera duradera hace tomar conciencia de su existencia a la opinión pública internacional.

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