“Las fuerzas clasistas debemos tener nuestra hoja de ruta de acciones, de estrategia, de propuestas programáticas"
Al final, y pese a todas las diferencias “tácticas” o “metodológicas” que se ventilaron en las cúpulas sindicales durante los días previos, el Paro General (la huelga general) de 24 horas terminó por concretarse el jueves 7 de octubre. Contó con un “acatamiento muy importante” que hasta el gobierno y las patronales admitieron. Para el Secretariado del PIT-CNT y otras direcciones sindicales, el Paro fue una respuesta “contundente” del “movimiento obrero organizado”. De esta primera huelga general en el gobierno Mujica, de su impacto entre los trabajadores sindicalizados, de las condiciones de penuria y precarización que afectan a cientos de miles de asalariadas y asalariados, así como de las perspectivas del sindicalismo anticapitalista, conversamos con la compañera Isabel Koifmann, militante de reconocida experiencia sindical, integrante de la coordinación de la Tendencia Clasista y Combativa (TCC) y del sindicato ECOS (Empleados de Comag Sindicalizados).
Ernesto Herrera: El plenario de la TCC se reúne el próximo fin de semana para hacer una evaluación del Paro, de todas formas, ¿tú puedes adelantarnos una opinión?
Isabel Koifmann: El Paro tuvo un gran acatamiento y eso confirma que el descontento entre amplios sectores de la clase trabajadora es claro, importante. Los salarios y jubilaciones no alcanzan, el precio de los alimentos, el costo de los servicios, la carga de los impuestos, cada vez pesan más en el presupuesto de los asalariados y no se ve una salida o un cambio. Mientras las empresas públicas y privadas cada vez tienen más ganancias, los trabajadores no sólo no ganan mejor sino que, por el contrario, ven como su calidad de vida empeora; por ejemplo, crecen el endeudamiento de las familias, los costos de la salud, la vivienda, la educación. Muchos trabajadores son obligados al multiempleo para poder alcanzar un ingreso más o menos decente. El nivel de acatamiento al Paro expresó ese descontento, fue una demostración de protesta.
El problema es que tanto el gobierno y sus aliados sindicales del PIT-CNT lograron, en definitiva, que la protesta fuera silenciosa, un “Paro a secas” como dijeron, un Paro que no fuera acompañado por grandes movilizaciones. El carácter de “Paro Activo” estuvo dado solamente por la carpa y la marcha al Ballet Nacional que organizó COFE, y por la “asamblea abierta” que organizamos las fuerzas sindicales clasistas frente al Palacio Legislativo.
EH: ¿El Paro fue un abrir la válvula para dejar salir algo de presión social y de paso bajar la tensiones internas en el bloque mayoritario del PIT-CNT, o por el contrario marca un punto de inflexión que permite por un lado pensar en un relanzamiento de las luchas y, por otro, establecer con más claridad el debate sobre las estrategias sindicales?
IK: No creo que sea ningún punto de inflexión, ni que se pueda dar inicio a un proceso organizado de ofensiva. Este Paro aislado de cualquier plan de lucha, no modifica la situación de defensiva de los trabajadores. No estamos en vísperas de una modificación en las relaciones de fuerzas entre el trabajo y el capital. Esto hay que tenerlo claro para no crear falsas expectativas. No obstante, es claro que estamos en un escenario donde, al menos, se puede intervenir con mejores argumentos en el debate sobre el rol que debe cumplir el sindicalismo clasista. Es obvio, que las burocracias sindicales debían “descomprimir” sus internas, porque como te dije, el descontento entre los trabajadores y entre muchos militantes sindicales, es importante. Pero de ahí a la toma de conciencia participativa hay una brecha muy grande. Una brecha que, el sindicalismo gubernamental, se esfuerza en remachar. En este marco, las corrientes sindicales que priorizan “ganar la dirección del PIT-CNT” de arriba hacia abajo, se están mostrando más funcionales que opositoras. El bloque mayoritario consigue - como en el caso de este Paro – diluir a esas oposiciones bajo la bandera de la “unidad”. Más allá del debate de si “adentro” o “fuera” del PIT-CNT, parece cada vez más evidente que se hace necesario un trabajo desde la base proponiendo alternativas en todos los planos, en el programático por supuesto, pero también, y no me animo a priorizar, en el democrático, organizativo, propositivo, propagandístico y hasta ético.
Nuestra experiencia en ese sentido es muy concreta, en la base no existe ninguna confianza en el PIT-CNT, ni existe interés en hacerles el juego. Por eso no hay que someterse a la agenda que impone la burocracia sindical del progresismo. Las fuerzas clasistas debemos tener autonomía respecto de los aparatos burocráticos, y marcar nuestra hoja de ruta de acciones, de estrategia, de propuestas programáticas.
EH: En las últimas semanas se volvió a instalar la tesis de un “gobierno en disputa”. Según varios dirigentes del bloque mayoritario del PIT-CNT -no sólo del Partido Comunista sino también de la Articulación-, el Paro hay que inscribirlo en la lógica de “ayudar al gobierno” y “tironearlo” hacia la izquierda frente a la presión de las corporaciones empresariales. Por eso, dicen, no fue un Paro contra el gobierno Mujica, ni un plebiscito respecto a la política económica, sino un Paro “contra la oligarquía criolla”. ¿Hay una posición de la TCC sobre esta cuestión estratégica, pues hace a una definición del gobierno y, por tanto, a cómo enfrentar su programa?
IK: Te diría que esa tesis ya cae en el terreno de lo ridículo. Leí en el semanario Brecha (8-10-2010) unas declaraciones de Edgardo Oyenart, (dirigente del SIMA y del Secretariado del PIT-CNT), donde habla de la “disputa por la hegemonía” dado que el gobierno es “policlasista” y que “asegurar un rumbo más a la izquierda depende de la movilización popular”. Son reacciones espasmódicas, de una burocracia oportunista, descarada; que comparte almuerzos y otros eventos con la “oligarquía criolla”; que viaja al exterior abrazada de los patrones para conseguir “nuevos inversores” y “buenos negocios para él país”. Ninguna cosa que diga esta burocracia puede ser creíble.
De todas maneras aclaro: la TCC no se afilió nunca a la tesis de “gobierno en disputa”. Es más, desde el primer gobierno “progresista” presidido por Tabaré Vázquez, pusimos énfasis en la naturaleza capitalista del programa económico del gobierno del Frente Amplio, su rol de subordinación a las corporaciones empresariales, y su completa capitulación a las instituciones financieras internacionales. Denunciamos en todo momento los acuerdos firmados con el FMI y el Banco Mundial. Nos opusimos a la instalación de la transnacional Botnia, y nos oponemos al pago de la fraudulenta deuda externa. Nos movilizamos en la calle contra la venida de Bush. Seguimos protestando contra la ocupación de Haití por la fuerzas de ocupación de la ONU, integrada por más de mil soldados uruguayos. Vale decir, en la TCC nunca hubo dudas sobre que este es un gobierno del orden capitalista, y tampoco de qué lado estamos nosotros.
Esto del “gobierno en disputa” es puro simulacro. Porque los que promueven esta tesis -inventada por el Partido Comunista- votan todo con el gobierno, en el gabinete de ministros y en el parlamento, desde el IRPF hasta el presupuesto nacional. Por otra parte, el presidente Mujica no se cansa de publicitar las “bondades de la inversión privada” e “invita” al capital extranjero a radicarse en el país. El problema no es, como afirman los sindicalistas del “progresismo”, que las corporaciones patronales “tironeen hacia la derecha al gobierno”. Esto no es ninguna novedad. El problema es que tanto desde el gobierno como de su brazo sindical, se apostó por la colaboración de clases, por el “pacto productivo”, por la concertación nacional. En esta lógica, promovieron la idea del consenso, de los “equilibrios” entre capital y trabajo. O tanto peor: que “todos comemos de la misma torta”. Algo así como que “si le va mal al empleador, le va mal al empleado”. Los patrones no podrían estar más felices.
EH: El PIT-CNT convocó al Paro General bajo la consigna central de “redistribución de la riqueza”. Luego siguen algunas reivindicaciones que van desde “soluciones a los consejos de salarios” públicos y privados, hasta el reclamo de una “flota pesquera y frigorífico nacional”. No hay en la plataforma (de alguna manera hay que llamarla) ni una sola demanda que apunte, realmente, a la “redistribución de la riqueza”. Ustedes y otras fuerzas del sindicalismo clasista, hablan de la necesidad de un “programa alternativo”, ¿podrías decirnos a grandes rasgos en qué consistiría ese programa y que demandas incluiría?
IK: Efectivamente. El sindicalismo clasista viene dedicando -dentro de sus posibilidades y limitaciones- importantes esfuerzos en la profundización de la discusión programática. Hemos levantado una plataforma con las medidas que entendemos apuntan en el sentido de una real redistribución de ingresos, y a frenar las enorme transferencia de riquezas que va desde el trabajo hacia el capital. Planteamos, por ejemplo: el no pago de la deuda externa pública; la estatización bajo control obrero de las empresas que se declaran “fundidas”: la prohibición de los despidos; el aumento de los salarios y jubilaciones mínimas al valor de media canasta familiar; la eliminación del impuesto a los salarios y jubilaciones; una presupuesto nacional al servicio de los trabajadores que privilegie la educación, la salud y la vivienda.
Obviamente, sabemos que esto no cierra la cuestión programática. Pero así como no creemos que un programa sea un catálogo de consignas sacadas de algún manual, pensamos que esa elaboración de un programa alternativo, de carácter anticapitalista, no se puede abordar por fuera de los niveles de conciencia y de organización de los trabajadores. Un programa de este tipo, debe construirse en el propio proceso de la lucha de clases, esto es, como resultado de las diversas experiencias de lucha de los trabajadores, de sus demandas, de sus necesidades sociales básicas. Para ello, es decisivo que contingentes importantes de la clase trabajadora asuman confianza en sus propias fuerzas y en la posibilidad de modificar la realidad.
EH: Tú sabes que esta es una discusión que viene de muy lejos. El propio Marx objetaba las demandas que apelaban al principio de “justicia distributiva” por tener un carácter de “reforma parcial”. Sostenía que las propuestas de redistribución tendían a centrarse ante todo en la “redistribución de la renta” lo que reflejaba, a su modo de ver, la incapacidad de reconocer que “cualquier distribución de los medios de consumo no es sino una consecuencia de la distribución de las propias condiciones de producción”. Es decir, que la exclusión de los trabajadores de los medios de producción era (y es) la responsable de su explotación. Entonces, te pregunto si ese “programa alternativo” del que ustedes hablan no entraña también una cierta "lógica distributivista" que, finalmente, no fractura la relación de subordinación económica de los trabajadores respecto a los dueños del capital.
IK: De acuerdo. La cuestión central es la explotación de la fuerza de trabajo por el capital. Esa explotación que, según la describe Marx, es “la ladrona del tiempo de trabajo ajeno”. Coincido en que las demandas redistributivas a través de aumentos salariales e impuestos progresivos a los capitalistas, por ejemplo, son paliativos que pueden ofrecer mejoras parciales -necesariamente frágiles y reversibles-, de una situación que en lo fundamental mantiene las condiciones de explotación.
Me animo a decir que esto está claro en la TCC. Tanto para los militantes que venimos de una tradición marxista revolucionaria, como para los de tradición anarquista, o de aquellos compañeros y compañeras que vienen de otras corrientes de izquierda. Mantenemos nuestras convicciones de lucha por una sociedad sin explotación ni opresión. Y creemos en la posibilidad de construir esa sociedad sin la injusticia social de la actual. Al mismo tiempo, debatimos, no practicamos el “pensamiento único”. Defendemos el pluralismo de las ideas en el campo de la izquierda anticapitalista.
Cuando pensamos en programa, te repito, lo hacemos a partir de la realidad concreta, de las relaciones de fuerzas entre las clases antagónicas, de las reivindicaciones de los trabajadores, de sus niveles desiguales de conciencia y de organización. Evidentemente, un programa no puede circunscribirse a la esfera redistributiva, tiene que avanzar en demandas transicionales, es decir, demandas que de cierta manera apunten a romper la lógica de acumulación del capital y, por lo tanto, la subordinación de la fuerza de trabajo al despotismo de los capitalistas. Esto implica algo muy concreto: incursionar sobre la propiedad privada de los medios de producción. O, dicho de otra manera: fracturar el proceso de apropiación privada del trabajo social. Somos conscientes que falta “elaboración” en tal sentido.
Incluso sobre lo que tú llamas “lógica distributivista” también hay algunas confusiones. Por ejemplo, seguimos hablando -como todo el sindicalismo- de “recuperación salarial”, pero la redistribución del ingreso supone la existencia de dos mecanismos complementarios: aumentos de salarios superiores al alza del costo de la vida y un congelamiento de los precios, de las tarifas de los servicios públicos, de los alquileres. Sin embargo, en las plataformas sindicales esta demanda tan elemental casi está ausente. Es como si pesaran demasiado los cucos sobre el "peligro inflacionario”, lo que es un chantaje de los capitalistas.
Que falta incorporar otras cuestiones esenciales a la discusión programática no caben dudas: sobre la reforma agraria, la “autogestión obrera”, los problemas medioambientales, las demandas de género, la socialización de los “bienes comunes” públicos, un concepto integral de los derechos humanos, que incluye la lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado, el papel de la democracia directa en contraste a la “democracia representativa", la eliminación de las Fuerzas Armadas, etc. Pero las urgencias en participar de las luchas, en tender una mano solidaria a los trabajadores que pelean, marchan, y hasta ocupan para “recuperar” su fuente de trabajo (como en el caso de Tecnoluce, donde estamos apoyando con solidaridad), postergan esas cuestiones programáticas. No estoy ensayando una justificación. Porque en realidad no debería ser así, porque de esas luchas, experiencias y solidaridades colectivas se nutre fundamentalmente un programa anticapitalista. Un programa no está aislado de lo que ocurre todos los días en la vida de los trabajadores, y tampoco puede presentarse como una “marca registrada” pegada a un volante o a un discurso que pocos escuchan. Alcanzaría con ver al propio PIT-CNT, que todavía tiene en sus estatutos la frase, “por una sociedad sin explotados ni explotadores”. Y nadie lo toma en serio. Porque cualquier trabajador sabe que se trata de un saludo a la bandera.
EH: El gobierno acaba de anunciar que el desempleo su ubica en 6,2%, una cifra “histórica”. Este anuncio viene acompañado de otros, por ejemplo, que el Producto Interno Bruto (PIB) crecerá 8,5% en 2010. Estos datos, según el gobierno, confirmarían por una parte que la “estabilidad” de la economía es un hecho incontestable, por otra parte, que el programa “progresista” ha traído mejoras sustanciales para las condiciones de vida de los trabajadores. ¿Qué dices al respecto?
IK: Empecemos por la cuestión tan tramposa de la “estabilidad”. Cuando el gobierno -y la burguesía- hablan de “estabilidad”, se refieren en realidad a la “estabilidad” de un modelo de acumulación de capital. Es decir, a un modelo que asegura, primero que nada, la acumulación y reproducción del capital. Es decir, que asegura las ganancias de los patrones, o para decirlo con el eufemismo que utilizan ellos, que permite seguir ampliando la “rentabilidad empresarial”. Entonces, hay que entender que es lo que está “estabilizado”: son los negocios capitalistas (que ahora se llaman “inversores), es el funcionamiento a pleno del “mercado”.
No tengo empacho en decir que esta percepción que hay sobre la situación económica es compartida por muchísimos trabajadores y también por unos cuantos sindicalistas; en tal sentido, es una victoria ideológica del paradigma neoliberal, el cual -también hay que decirlo sin pelos en la lengua- ha logrado enraizarse en la sociedad. En esto, el servicio que han prestado el Frente Amplio y el bloque mayoritario del PIT-CNT ha sido clave, porque impusieron en amplios sectores de la clase trabajadora la idea conformista de que no existe alternativa al orden capitalista. Puede haber algunas “mejoras” e incluso algunas “reformas”. Pero no más. Es decir, hicieron una verdadera tarea de destrucción sistemática de la conciencia y de la identidad de clase.
Además, están las otras desinformaciones, porque sabemos que hablar de “estabilidad” de una economía periférica como la uruguaya en la era de la mundialización capitalista-imperialista es, sencillamente, una fantasía. Sobre todo cuando se tienen en cuenta tres factores: primero; la dependencia del país respecto al precio internacional de los “commodities”, cosa que puede cambiar de un día para otro según el humor de lo “mercados”; segundo, el crecimiento de la deuda externa pública, que compromete la soberanía nacional presente y futura; tercero, la gravísima crisis económica internacional.
Pero vuelvo a la primera parte de tu pregunta. Este modelo de acumulación de capital -que los “progresistas” sin ninguna vergüenza llaman “país productivo”- es una fábrica de desigualdad social. El gobierno puede decir que el desempleo cayó y que ya “no es el principal problema” (aunque debería decirse también que el desempleo entre los jóvenes menores de 29 años alcanza el 25% y que entre las mujeres llega al 11%.) Pero asumamos que el desempleo cayó, que hay “apenas” 117 mil desempleados (en su mayoría fuerza de trabajo sin calificación, sin estudios secundarios completos).
El problema, es que los indicadores que muestran el INE (Instituto Nacional de Estadísticas) y otros organismos nacionales e internacionales sobre una aparente mejoría en la cuestión “formal” del empleo y el ingreso en el país, no revelan el carácter estructural de la desigualdad social. No cuentan la situación de penuria diaria que sufren cientos de miles de trabajadores, sin olvidar a las capas sociales en “pobreza estructural”, es decir, más desposeídas.
EH: Podrías describir resumidamente esa situación que defines de penuria diaria…
IK: Por ejemplo, que cerca del 30% de la fuerza de trabajo, es decir, más de 400 mil trabajadores están “en negro”, sin ningún derecho ni ninguna cobertura social; que más de 200 mil trabajadores ocupados ganan menos de un salario mínimo nacional y más del 40% no alcanza los dos salarios mínimos. Que casi la mitad de los nuevos empleos creados en estos últimos cinco años y medio (cerca de 200 mil), no superan los 6.600 pesos mensuales, es decir, que están bastante más abajo del salario promedio nacional que es de 10.200 pesos. Esta situación de penuria salarial condena a cientos de miles de trabajadores a sobrevivir en la pobreza, y el panorama es más crítico si miramos hacia las mujeres y los jóvenes. Estos bajos salarios afectan a todos los sectores de la actividad privada, aunque se concentran en ramas como la agropecuaria, el comercio, la construcción, el trabajo “doméstico” (realizado sobre todo por mujeres de todas las edades). El propio Instituto Cuesta-Duarte del PIT-CNT, dice que el 15,4% de los trabajadores perciben menos de un salario mínimo.
Lo concreto, es que la participación de la masa salarial en el PIB, apenas llega al 24%. O sea, que retrocede año a año. Es más, el “poder de compra” del salario medio es igual al que se tenía en 1998. ¿Se puede decir entonces que hubo una “recuperación” del salario en estos años de gobierno “progresista”? Estas cifras que te doy provienen del propio oficialismo, no son un invento de la “ultraizquierda”. Entonces, de que vale esa caída del desempleo que anuncia el gobierno, o de que sirve celebrar el crecimiento acumulado del PIB en estos últimos años si más del 50% fue a parar a los bolsillos de las “rentas de capital”, mejor dicho, a los bolsillos de los patrones.
EH: No obstante, el gobierno tiene el mayor apoyo entre los trabajadores empobrecidos y las capas sociales más desposeídas; según una encuesta de la empresa Data Media, 8,3 de cada diez personas de los sectores más pobres, califican al presidente Mujica con la mejor puntuación…
IK: La base social de sustentación de este gobierno, en lo fundamental, proviene de los sectores no organizados. Por lo tanto, de aquellos que tienen menos posibilidades de expresarse, de protestar, de hacer paros. Estos sectores, muchos de los cuales recibieron la ayuda asistencial vía los planes sociales focalizados y otras políticas públicas, en materia de salud por ejemplo, no se sienten identificados con las demandas del “movimiento obrero organizado”, fórmula que por otra parte tiene mucho de mitología...
EH: ¿A qué te refieres con esto último?
IK: A que no se deben confundir las cosas. Eso que se llama “movimiento obrero organizado”, es en verdad una masa de afiliados a los sindicatos, que cuentan cuando se tratan las negociaciones en los consejos de salarios y en los convenios colectivos, pero que tienen poco de organización real y mucho menos de participación activa en la vida de los sindicatos. Ni va a ninguna movilización convocada por el PIT-CNT. Entre otras razones porque no existe -salvo en casos muy excepcionales- un incentivo democrático, en otras palabras, porque se desestimula todo funcionamiento democrático en los sindicatos. Hablo en el sentido de una democracia obrera, de discusión, de socialización de experiencias, de poder de decisión.
Creo, que cuando nos referimos a la clase trabajadora en un sentido amplio, mejor es hablar como lo hace el sociólogo brasilero Ricardo Antunes: del “mundo del trabajo”. Esto incluye a los ocupados y desempleados, a los precarios, a los tercerizados, a los pequeños cuentapropistas, etc. Es la única manera de romper con la división entre trabajadores “formales” y trabajadores “informales”, y combatir las prácticas corporativas de los aparatos sindicales burocráticos que se auto-designan como el “movimiento obrero organizado”.
EH: ¿El sindicalismo radical, clasista y combativo también ha incorporado elementos de una visión corporativa?
IK: Puede ser. Tal vez tengamos dificultad para entender las nuevas formas de dominación del capital. Donde grandes segmentos de la clase trabajadora están, permanentemente, desproletarizados, precarizados, subcontratados, encerrados en los barrios más pobres, desconectados de las tendencias nacionales de la economía. Puede haber, incluso, un “crecimiento” de la economía y hasta bajar el índice de desempleo, pero esto no tiene ningún efecto sobre las condiciones de vida de los trabajadores empobrecidos. Ya ni siquiera podemos esgrimir la solución de “más trabajo” para impedir la fragmentación de ese “mundo del trabajo”.
Por estas razones, hasta una huelga general como la del 7 de octubre, tiene un impacto limitado sobre el conjunto de la clase trabajadora. Porque la huelga se proyecta, en lo fundamental, sobre aquellos trabajadores sindicalizados que, lo recuerdo, son una minoría entre la fuerza asalariada del país.
De allí la impostergable necesidad de incorporar a las organizaciones sindicales a esa gran cantidad de trabajadoras y trabajadores precarizados, subcontratados, víctimas de la flexibilización laboral. Lo mismo corre para los miles de trabajadoras y trabajadores sobre-explotados calificados de “informales”. Claro, eso implica una organización sindical totalmente diferente a la actual, que es centralizada por rama, que es corporativa, que acepta -cuando no promueve- la fragmentación de las asalariadas y los asalariados. Es una organización sindical heredera de los modelos fordistas y keynesianos, que no da cuenta de los cambios impuestos por los empresarios en la organización del trabajo. En este terreno también hay que librar una batalla contra los aparatos burocráticos, en su mayoría de tradición estalinista y socialdemócrata.
EH: Volviendo a la cuestión de la reorganización de un sindicalismo de clase. En el folleto que la TCC distribuyó el día del Paro General, hay una especie de convocatoria: “urge que los sectores clasistas y de oposición a la dirigencia sindical gubernamental, unifiquen esfuerzos y propuestas y los transformen en planteos de acción hacia los trabajadores”. ¿Esto puede entenderse como una iniciativa en dirección a construir una coordinación estable que levante un “programa alternativo”?
IK: En la TCC somos conscientes de que el espacio clasista no se reduce únicamente a nosotros. El clasismo es más amplio que la TCC, y entendemos que si logramos ampliar los niveles de participación y elaboración conjunta daremos un salto en calidad en lo que refiere a la construcción de una alternativa. La TCC no es una estructura cerrada, es una experiencia acumulada de varios años, que tiene un grado de organización, de elaboración, y de propuestas, que no debería ser desaprovechado sino potenciado.
Pero nuestro horizonte estratégico, si se puede definir así, va más allá de la Tendencia: apunta a la construcción de una fuerza clasista y combativa, cuyas opiniones, acciones y propuestas programáticas, sean insoslayables para contingentes decisivos de los asalariados y asalariadas. El desafío que tenemos por delante no se limita a mantener un discurso “radical” o una diferenciación “metodológica: construimos una opción programática y estratégica de las fuerzas clasistas. Es decir: una alternativa antiburocrática, antigubernamental, anticapitalista. En eso consiste, finalmente, la independencia política y de clase.
Para lograrlo debemos alcanzar un arraigo social mucho mayor, una implantación mucho más permanente entre los trabajadores, estén sindicalizados o no lo estén. Es el único camino transitable para enfrentar al sindicalismo de negociación, de colaboración de clases, encarnado por el bloque mayoritario que controla el PIT-CNT.
EH: Por último, la TCC participó de la “Coordinación de Trabajadores y Estudiantes Clasistas” que convocó a una marcha -con aproximadamente 350 personas- al Ministerio de Economía y Finanzas el 1º de octubre. ¿Esto se inscribe en esa propuesta de ampliar el espacio de fuerzas sociales a la izquierda del PIT-CNT o fue un acuerdo puntual relacionado con la preparación del “Paro General Activo” del 7 de octubre?
IK: Fue una actividad puntual. Pero sí, se inscribe dentro de la imprescindible unificación de esfuerzos para consolidar una oposición más articulada al sindicalismo gubernamental. Y, sobre todo, para acordar una plataforma y un plan de lucha comunes. Tenemos un balance positivo de la marcha al Ministerio, así como de la “asamblea abierta” (con alrededor de 300 personas) realizada el mismo día del Paro General, donde estas fuerzas clasistas nos expresamos claramente, de forma activa y militante, contra el gobierno. Así manifestamos nuestra crítica a la propuesta del Secretariado del PIT-CNT de hacer una medida de paro sin movilización. De todas maneras, no queremos generar ilusiones en torno a este tipo de coordinaciones. Nosotros no queremos alimentar operaciones artificiales que luego, en las primeras de cambio, desaparecen. Estamos por una coordinación de todas las fuerzas clasistas sobre bases sólidas. De poco serviría una coordinación por tal o cual asunto si después, por ejemplo el 1º de Mayo, hay dos o tres actos contrapuestos convocados por esas mismas fuerzas clasistas, como viene ocurriendo en los dos últimos años.
Correspondencia de Prensa. germain5@chasque-net
Al final, y pese a todas las diferencias “tácticas” o “metodológicas” que se ventilaron en las cúpulas sindicales durante los días previos, el Paro General (la huelga general) de 24 horas terminó por concretarse el jueves 7 de octubre. Contó con un “acatamiento muy importante” que hasta el gobierno y las patronales admitieron. Para el Secretariado del PIT-CNT y otras direcciones sindicales, el Paro fue una respuesta “contundente” del “movimiento obrero organizado”. De esta primera huelga general en el gobierno Mujica, de su impacto entre los trabajadores sindicalizados, de las condiciones de penuria y precarización que afectan a cientos de miles de asalariadas y asalariados, así como de las perspectivas del sindicalismo anticapitalista, conversamos con la compañera Isabel Koifmann, militante de reconocida experiencia sindical, integrante de la coordinación de la Tendencia Clasista y Combativa (TCC) y del sindicato ECOS (Empleados de Comag Sindicalizados).
Ernesto Herrera: El plenario de la TCC se reúne el próximo fin de semana para hacer una evaluación del Paro, de todas formas, ¿tú puedes adelantarnos una opinión?
Isabel Koifmann: El Paro tuvo un gran acatamiento y eso confirma que el descontento entre amplios sectores de la clase trabajadora es claro, importante. Los salarios y jubilaciones no alcanzan, el precio de los alimentos, el costo de los servicios, la carga de los impuestos, cada vez pesan más en el presupuesto de los asalariados y no se ve una salida o un cambio. Mientras las empresas públicas y privadas cada vez tienen más ganancias, los trabajadores no sólo no ganan mejor sino que, por el contrario, ven como su calidad de vida empeora; por ejemplo, crecen el endeudamiento de las familias, los costos de la salud, la vivienda, la educación. Muchos trabajadores son obligados al multiempleo para poder alcanzar un ingreso más o menos decente. El nivel de acatamiento al Paro expresó ese descontento, fue una demostración de protesta.
El problema es que tanto el gobierno y sus aliados sindicales del PIT-CNT lograron, en definitiva, que la protesta fuera silenciosa, un “Paro a secas” como dijeron, un Paro que no fuera acompañado por grandes movilizaciones. El carácter de “Paro Activo” estuvo dado solamente por la carpa y la marcha al Ballet Nacional que organizó COFE, y por la “asamblea abierta” que organizamos las fuerzas sindicales clasistas frente al Palacio Legislativo.
EH: ¿El Paro fue un abrir la válvula para dejar salir algo de presión social y de paso bajar la tensiones internas en el bloque mayoritario del PIT-CNT, o por el contrario marca un punto de inflexión que permite por un lado pensar en un relanzamiento de las luchas y, por otro, establecer con más claridad el debate sobre las estrategias sindicales?
IK: No creo que sea ningún punto de inflexión, ni que se pueda dar inicio a un proceso organizado de ofensiva. Este Paro aislado de cualquier plan de lucha, no modifica la situación de defensiva de los trabajadores. No estamos en vísperas de una modificación en las relaciones de fuerzas entre el trabajo y el capital. Esto hay que tenerlo claro para no crear falsas expectativas. No obstante, es claro que estamos en un escenario donde, al menos, se puede intervenir con mejores argumentos en el debate sobre el rol que debe cumplir el sindicalismo clasista. Es obvio, que las burocracias sindicales debían “descomprimir” sus internas, porque como te dije, el descontento entre los trabajadores y entre muchos militantes sindicales, es importante. Pero de ahí a la toma de conciencia participativa hay una brecha muy grande. Una brecha que, el sindicalismo gubernamental, se esfuerza en remachar. En este marco, las corrientes sindicales que priorizan “ganar la dirección del PIT-CNT” de arriba hacia abajo, se están mostrando más funcionales que opositoras. El bloque mayoritario consigue - como en el caso de este Paro – diluir a esas oposiciones bajo la bandera de la “unidad”. Más allá del debate de si “adentro” o “fuera” del PIT-CNT, parece cada vez más evidente que se hace necesario un trabajo desde la base proponiendo alternativas en todos los planos, en el programático por supuesto, pero también, y no me animo a priorizar, en el democrático, organizativo, propositivo, propagandístico y hasta ético.
Nuestra experiencia en ese sentido es muy concreta, en la base no existe ninguna confianza en el PIT-CNT, ni existe interés en hacerles el juego. Por eso no hay que someterse a la agenda que impone la burocracia sindical del progresismo. Las fuerzas clasistas debemos tener autonomía respecto de los aparatos burocráticos, y marcar nuestra hoja de ruta de acciones, de estrategia, de propuestas programáticas.
EH: En las últimas semanas se volvió a instalar la tesis de un “gobierno en disputa”. Según varios dirigentes del bloque mayoritario del PIT-CNT -no sólo del Partido Comunista sino también de la Articulación-, el Paro hay que inscribirlo en la lógica de “ayudar al gobierno” y “tironearlo” hacia la izquierda frente a la presión de las corporaciones empresariales. Por eso, dicen, no fue un Paro contra el gobierno Mujica, ni un plebiscito respecto a la política económica, sino un Paro “contra la oligarquía criolla”. ¿Hay una posición de la TCC sobre esta cuestión estratégica, pues hace a una definición del gobierno y, por tanto, a cómo enfrentar su programa?
IK: Te diría que esa tesis ya cae en el terreno de lo ridículo. Leí en el semanario Brecha (8-10-2010) unas declaraciones de Edgardo Oyenart, (dirigente del SIMA y del Secretariado del PIT-CNT), donde habla de la “disputa por la hegemonía” dado que el gobierno es “policlasista” y que “asegurar un rumbo más a la izquierda depende de la movilización popular”. Son reacciones espasmódicas, de una burocracia oportunista, descarada; que comparte almuerzos y otros eventos con la “oligarquía criolla”; que viaja al exterior abrazada de los patrones para conseguir “nuevos inversores” y “buenos negocios para él país”. Ninguna cosa que diga esta burocracia puede ser creíble.
De todas maneras aclaro: la TCC no se afilió nunca a la tesis de “gobierno en disputa”. Es más, desde el primer gobierno “progresista” presidido por Tabaré Vázquez, pusimos énfasis en la naturaleza capitalista del programa económico del gobierno del Frente Amplio, su rol de subordinación a las corporaciones empresariales, y su completa capitulación a las instituciones financieras internacionales. Denunciamos en todo momento los acuerdos firmados con el FMI y el Banco Mundial. Nos opusimos a la instalación de la transnacional Botnia, y nos oponemos al pago de la fraudulenta deuda externa. Nos movilizamos en la calle contra la venida de Bush. Seguimos protestando contra la ocupación de Haití por la fuerzas de ocupación de la ONU, integrada por más de mil soldados uruguayos. Vale decir, en la TCC nunca hubo dudas sobre que este es un gobierno del orden capitalista, y tampoco de qué lado estamos nosotros.
Esto del “gobierno en disputa” es puro simulacro. Porque los que promueven esta tesis -inventada por el Partido Comunista- votan todo con el gobierno, en el gabinete de ministros y en el parlamento, desde el IRPF hasta el presupuesto nacional. Por otra parte, el presidente Mujica no se cansa de publicitar las “bondades de la inversión privada” e “invita” al capital extranjero a radicarse en el país. El problema no es, como afirman los sindicalistas del “progresismo”, que las corporaciones patronales “tironeen hacia la derecha al gobierno”. Esto no es ninguna novedad. El problema es que tanto desde el gobierno como de su brazo sindical, se apostó por la colaboración de clases, por el “pacto productivo”, por la concertación nacional. En esta lógica, promovieron la idea del consenso, de los “equilibrios” entre capital y trabajo. O tanto peor: que “todos comemos de la misma torta”. Algo así como que “si le va mal al empleador, le va mal al empleado”. Los patrones no podrían estar más felices.
EH: El PIT-CNT convocó al Paro General bajo la consigna central de “redistribución de la riqueza”. Luego siguen algunas reivindicaciones que van desde “soluciones a los consejos de salarios” públicos y privados, hasta el reclamo de una “flota pesquera y frigorífico nacional”. No hay en la plataforma (de alguna manera hay que llamarla) ni una sola demanda que apunte, realmente, a la “redistribución de la riqueza”. Ustedes y otras fuerzas del sindicalismo clasista, hablan de la necesidad de un “programa alternativo”, ¿podrías decirnos a grandes rasgos en qué consistiría ese programa y que demandas incluiría?
IK: Efectivamente. El sindicalismo clasista viene dedicando -dentro de sus posibilidades y limitaciones- importantes esfuerzos en la profundización de la discusión programática. Hemos levantado una plataforma con las medidas que entendemos apuntan en el sentido de una real redistribución de ingresos, y a frenar las enorme transferencia de riquezas que va desde el trabajo hacia el capital. Planteamos, por ejemplo: el no pago de la deuda externa pública; la estatización bajo control obrero de las empresas que se declaran “fundidas”: la prohibición de los despidos; el aumento de los salarios y jubilaciones mínimas al valor de media canasta familiar; la eliminación del impuesto a los salarios y jubilaciones; una presupuesto nacional al servicio de los trabajadores que privilegie la educación, la salud y la vivienda.
Obviamente, sabemos que esto no cierra la cuestión programática. Pero así como no creemos que un programa sea un catálogo de consignas sacadas de algún manual, pensamos que esa elaboración de un programa alternativo, de carácter anticapitalista, no se puede abordar por fuera de los niveles de conciencia y de organización de los trabajadores. Un programa de este tipo, debe construirse en el propio proceso de la lucha de clases, esto es, como resultado de las diversas experiencias de lucha de los trabajadores, de sus demandas, de sus necesidades sociales básicas. Para ello, es decisivo que contingentes importantes de la clase trabajadora asuman confianza en sus propias fuerzas y en la posibilidad de modificar la realidad.
EH: Tú sabes que esta es una discusión que viene de muy lejos. El propio Marx objetaba las demandas que apelaban al principio de “justicia distributiva” por tener un carácter de “reforma parcial”. Sostenía que las propuestas de redistribución tendían a centrarse ante todo en la “redistribución de la renta” lo que reflejaba, a su modo de ver, la incapacidad de reconocer que “cualquier distribución de los medios de consumo no es sino una consecuencia de la distribución de las propias condiciones de producción”. Es decir, que la exclusión de los trabajadores de los medios de producción era (y es) la responsable de su explotación. Entonces, te pregunto si ese “programa alternativo” del que ustedes hablan no entraña también una cierta "lógica distributivista" que, finalmente, no fractura la relación de subordinación económica de los trabajadores respecto a los dueños del capital.
IK: De acuerdo. La cuestión central es la explotación de la fuerza de trabajo por el capital. Esa explotación que, según la describe Marx, es “la ladrona del tiempo de trabajo ajeno”. Coincido en que las demandas redistributivas a través de aumentos salariales e impuestos progresivos a los capitalistas, por ejemplo, son paliativos que pueden ofrecer mejoras parciales -necesariamente frágiles y reversibles-, de una situación que en lo fundamental mantiene las condiciones de explotación.
Me animo a decir que esto está claro en la TCC. Tanto para los militantes que venimos de una tradición marxista revolucionaria, como para los de tradición anarquista, o de aquellos compañeros y compañeras que vienen de otras corrientes de izquierda. Mantenemos nuestras convicciones de lucha por una sociedad sin explotación ni opresión. Y creemos en la posibilidad de construir esa sociedad sin la injusticia social de la actual. Al mismo tiempo, debatimos, no practicamos el “pensamiento único”. Defendemos el pluralismo de las ideas en el campo de la izquierda anticapitalista.
Cuando pensamos en programa, te repito, lo hacemos a partir de la realidad concreta, de las relaciones de fuerzas entre las clases antagónicas, de las reivindicaciones de los trabajadores, de sus niveles desiguales de conciencia y de organización. Evidentemente, un programa no puede circunscribirse a la esfera redistributiva, tiene que avanzar en demandas transicionales, es decir, demandas que de cierta manera apunten a romper la lógica de acumulación del capital y, por lo tanto, la subordinación de la fuerza de trabajo al despotismo de los capitalistas. Esto implica algo muy concreto: incursionar sobre la propiedad privada de los medios de producción. O, dicho de otra manera: fracturar el proceso de apropiación privada del trabajo social. Somos conscientes que falta “elaboración” en tal sentido.
Incluso sobre lo que tú llamas “lógica distributivista” también hay algunas confusiones. Por ejemplo, seguimos hablando -como todo el sindicalismo- de “recuperación salarial”, pero la redistribución del ingreso supone la existencia de dos mecanismos complementarios: aumentos de salarios superiores al alza del costo de la vida y un congelamiento de los precios, de las tarifas de los servicios públicos, de los alquileres. Sin embargo, en las plataformas sindicales esta demanda tan elemental casi está ausente. Es como si pesaran demasiado los cucos sobre el "peligro inflacionario”, lo que es un chantaje de los capitalistas.
Que falta incorporar otras cuestiones esenciales a la discusión programática no caben dudas: sobre la reforma agraria, la “autogestión obrera”, los problemas medioambientales, las demandas de género, la socialización de los “bienes comunes” públicos, un concepto integral de los derechos humanos, que incluye la lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado, el papel de la democracia directa en contraste a la “democracia representativa", la eliminación de las Fuerzas Armadas, etc. Pero las urgencias en participar de las luchas, en tender una mano solidaria a los trabajadores que pelean, marchan, y hasta ocupan para “recuperar” su fuente de trabajo (como en el caso de Tecnoluce, donde estamos apoyando con solidaridad), postergan esas cuestiones programáticas. No estoy ensayando una justificación. Porque en realidad no debería ser así, porque de esas luchas, experiencias y solidaridades colectivas se nutre fundamentalmente un programa anticapitalista. Un programa no está aislado de lo que ocurre todos los días en la vida de los trabajadores, y tampoco puede presentarse como una “marca registrada” pegada a un volante o a un discurso que pocos escuchan. Alcanzaría con ver al propio PIT-CNT, que todavía tiene en sus estatutos la frase, “por una sociedad sin explotados ni explotadores”. Y nadie lo toma en serio. Porque cualquier trabajador sabe que se trata de un saludo a la bandera.
EH: El gobierno acaba de anunciar que el desempleo su ubica en 6,2%, una cifra “histórica”. Este anuncio viene acompañado de otros, por ejemplo, que el Producto Interno Bruto (PIB) crecerá 8,5% en 2010. Estos datos, según el gobierno, confirmarían por una parte que la “estabilidad” de la economía es un hecho incontestable, por otra parte, que el programa “progresista” ha traído mejoras sustanciales para las condiciones de vida de los trabajadores. ¿Qué dices al respecto?
IK: Empecemos por la cuestión tan tramposa de la “estabilidad”. Cuando el gobierno -y la burguesía- hablan de “estabilidad”, se refieren en realidad a la “estabilidad” de un modelo de acumulación de capital. Es decir, a un modelo que asegura, primero que nada, la acumulación y reproducción del capital. Es decir, que asegura las ganancias de los patrones, o para decirlo con el eufemismo que utilizan ellos, que permite seguir ampliando la “rentabilidad empresarial”. Entonces, hay que entender que es lo que está “estabilizado”: son los negocios capitalistas (que ahora se llaman “inversores), es el funcionamiento a pleno del “mercado”.
No tengo empacho en decir que esta percepción que hay sobre la situación económica es compartida por muchísimos trabajadores y también por unos cuantos sindicalistas; en tal sentido, es una victoria ideológica del paradigma neoliberal, el cual -también hay que decirlo sin pelos en la lengua- ha logrado enraizarse en la sociedad. En esto, el servicio que han prestado el Frente Amplio y el bloque mayoritario del PIT-CNT ha sido clave, porque impusieron en amplios sectores de la clase trabajadora la idea conformista de que no existe alternativa al orden capitalista. Puede haber algunas “mejoras” e incluso algunas “reformas”. Pero no más. Es decir, hicieron una verdadera tarea de destrucción sistemática de la conciencia y de la identidad de clase.
Además, están las otras desinformaciones, porque sabemos que hablar de “estabilidad” de una economía periférica como la uruguaya en la era de la mundialización capitalista-imperialista es, sencillamente, una fantasía. Sobre todo cuando se tienen en cuenta tres factores: primero; la dependencia del país respecto al precio internacional de los “commodities”, cosa que puede cambiar de un día para otro según el humor de lo “mercados”; segundo, el crecimiento de la deuda externa pública, que compromete la soberanía nacional presente y futura; tercero, la gravísima crisis económica internacional.
Pero vuelvo a la primera parte de tu pregunta. Este modelo de acumulación de capital -que los “progresistas” sin ninguna vergüenza llaman “país productivo”- es una fábrica de desigualdad social. El gobierno puede decir que el desempleo cayó y que ya “no es el principal problema” (aunque debería decirse también que el desempleo entre los jóvenes menores de 29 años alcanza el 25% y que entre las mujeres llega al 11%.) Pero asumamos que el desempleo cayó, que hay “apenas” 117 mil desempleados (en su mayoría fuerza de trabajo sin calificación, sin estudios secundarios completos).
El problema, es que los indicadores que muestran el INE (Instituto Nacional de Estadísticas) y otros organismos nacionales e internacionales sobre una aparente mejoría en la cuestión “formal” del empleo y el ingreso en el país, no revelan el carácter estructural de la desigualdad social. No cuentan la situación de penuria diaria que sufren cientos de miles de trabajadores, sin olvidar a las capas sociales en “pobreza estructural”, es decir, más desposeídas.
EH: Podrías describir resumidamente esa situación que defines de penuria diaria…
IK: Por ejemplo, que cerca del 30% de la fuerza de trabajo, es decir, más de 400 mil trabajadores están “en negro”, sin ningún derecho ni ninguna cobertura social; que más de 200 mil trabajadores ocupados ganan menos de un salario mínimo nacional y más del 40% no alcanza los dos salarios mínimos. Que casi la mitad de los nuevos empleos creados en estos últimos cinco años y medio (cerca de 200 mil), no superan los 6.600 pesos mensuales, es decir, que están bastante más abajo del salario promedio nacional que es de 10.200 pesos. Esta situación de penuria salarial condena a cientos de miles de trabajadores a sobrevivir en la pobreza, y el panorama es más crítico si miramos hacia las mujeres y los jóvenes. Estos bajos salarios afectan a todos los sectores de la actividad privada, aunque se concentran en ramas como la agropecuaria, el comercio, la construcción, el trabajo “doméstico” (realizado sobre todo por mujeres de todas las edades). El propio Instituto Cuesta-Duarte del PIT-CNT, dice que el 15,4% de los trabajadores perciben menos de un salario mínimo.
Lo concreto, es que la participación de la masa salarial en el PIB, apenas llega al 24%. O sea, que retrocede año a año. Es más, el “poder de compra” del salario medio es igual al que se tenía en 1998. ¿Se puede decir entonces que hubo una “recuperación” del salario en estos años de gobierno “progresista”? Estas cifras que te doy provienen del propio oficialismo, no son un invento de la “ultraizquierda”. Entonces, de que vale esa caída del desempleo que anuncia el gobierno, o de que sirve celebrar el crecimiento acumulado del PIB en estos últimos años si más del 50% fue a parar a los bolsillos de las “rentas de capital”, mejor dicho, a los bolsillos de los patrones.
EH: No obstante, el gobierno tiene el mayor apoyo entre los trabajadores empobrecidos y las capas sociales más desposeídas; según una encuesta de la empresa Data Media, 8,3 de cada diez personas de los sectores más pobres, califican al presidente Mujica con la mejor puntuación…
IK: La base social de sustentación de este gobierno, en lo fundamental, proviene de los sectores no organizados. Por lo tanto, de aquellos que tienen menos posibilidades de expresarse, de protestar, de hacer paros. Estos sectores, muchos de los cuales recibieron la ayuda asistencial vía los planes sociales focalizados y otras políticas públicas, en materia de salud por ejemplo, no se sienten identificados con las demandas del “movimiento obrero organizado”, fórmula que por otra parte tiene mucho de mitología...
EH: ¿A qué te refieres con esto último?
IK: A que no se deben confundir las cosas. Eso que se llama “movimiento obrero organizado”, es en verdad una masa de afiliados a los sindicatos, que cuentan cuando se tratan las negociaciones en los consejos de salarios y en los convenios colectivos, pero que tienen poco de organización real y mucho menos de participación activa en la vida de los sindicatos. Ni va a ninguna movilización convocada por el PIT-CNT. Entre otras razones porque no existe -salvo en casos muy excepcionales- un incentivo democrático, en otras palabras, porque se desestimula todo funcionamiento democrático en los sindicatos. Hablo en el sentido de una democracia obrera, de discusión, de socialización de experiencias, de poder de decisión.
Creo, que cuando nos referimos a la clase trabajadora en un sentido amplio, mejor es hablar como lo hace el sociólogo brasilero Ricardo Antunes: del “mundo del trabajo”. Esto incluye a los ocupados y desempleados, a los precarios, a los tercerizados, a los pequeños cuentapropistas, etc. Es la única manera de romper con la división entre trabajadores “formales” y trabajadores “informales”, y combatir las prácticas corporativas de los aparatos sindicales burocráticos que se auto-designan como el “movimiento obrero organizado”.
EH: ¿El sindicalismo radical, clasista y combativo también ha incorporado elementos de una visión corporativa?
IK: Puede ser. Tal vez tengamos dificultad para entender las nuevas formas de dominación del capital. Donde grandes segmentos de la clase trabajadora están, permanentemente, desproletarizados, precarizados, subcontratados, encerrados en los barrios más pobres, desconectados de las tendencias nacionales de la economía. Puede haber, incluso, un “crecimiento” de la economía y hasta bajar el índice de desempleo, pero esto no tiene ningún efecto sobre las condiciones de vida de los trabajadores empobrecidos. Ya ni siquiera podemos esgrimir la solución de “más trabajo” para impedir la fragmentación de ese “mundo del trabajo”.
Por estas razones, hasta una huelga general como la del 7 de octubre, tiene un impacto limitado sobre el conjunto de la clase trabajadora. Porque la huelga se proyecta, en lo fundamental, sobre aquellos trabajadores sindicalizados que, lo recuerdo, son una minoría entre la fuerza asalariada del país.
De allí la impostergable necesidad de incorporar a las organizaciones sindicales a esa gran cantidad de trabajadoras y trabajadores precarizados, subcontratados, víctimas de la flexibilización laboral. Lo mismo corre para los miles de trabajadoras y trabajadores sobre-explotados calificados de “informales”. Claro, eso implica una organización sindical totalmente diferente a la actual, que es centralizada por rama, que es corporativa, que acepta -cuando no promueve- la fragmentación de las asalariadas y los asalariados. Es una organización sindical heredera de los modelos fordistas y keynesianos, que no da cuenta de los cambios impuestos por los empresarios en la organización del trabajo. En este terreno también hay que librar una batalla contra los aparatos burocráticos, en su mayoría de tradición estalinista y socialdemócrata.
EH: Volviendo a la cuestión de la reorganización de un sindicalismo de clase. En el folleto que la TCC distribuyó el día del Paro General, hay una especie de convocatoria: “urge que los sectores clasistas y de oposición a la dirigencia sindical gubernamental, unifiquen esfuerzos y propuestas y los transformen en planteos de acción hacia los trabajadores”. ¿Esto puede entenderse como una iniciativa en dirección a construir una coordinación estable que levante un “programa alternativo”?
IK: En la TCC somos conscientes de que el espacio clasista no se reduce únicamente a nosotros. El clasismo es más amplio que la TCC, y entendemos que si logramos ampliar los niveles de participación y elaboración conjunta daremos un salto en calidad en lo que refiere a la construcción de una alternativa. La TCC no es una estructura cerrada, es una experiencia acumulada de varios años, que tiene un grado de organización, de elaboración, y de propuestas, que no debería ser desaprovechado sino potenciado.
Pero nuestro horizonte estratégico, si se puede definir así, va más allá de la Tendencia: apunta a la construcción de una fuerza clasista y combativa, cuyas opiniones, acciones y propuestas programáticas, sean insoslayables para contingentes decisivos de los asalariados y asalariadas. El desafío que tenemos por delante no se limita a mantener un discurso “radical” o una diferenciación “metodológica: construimos una opción programática y estratégica de las fuerzas clasistas. Es decir: una alternativa antiburocrática, antigubernamental, anticapitalista. En eso consiste, finalmente, la independencia política y de clase.
Para lograrlo debemos alcanzar un arraigo social mucho mayor, una implantación mucho más permanente entre los trabajadores, estén sindicalizados o no lo estén. Es el único camino transitable para enfrentar al sindicalismo de negociación, de colaboración de clases, encarnado por el bloque mayoritario que controla el PIT-CNT.
EH: Por último, la TCC participó de la “Coordinación de Trabajadores y Estudiantes Clasistas” que convocó a una marcha -con aproximadamente 350 personas- al Ministerio de Economía y Finanzas el 1º de octubre. ¿Esto se inscribe en esa propuesta de ampliar el espacio de fuerzas sociales a la izquierda del PIT-CNT o fue un acuerdo puntual relacionado con la preparación del “Paro General Activo” del 7 de octubre?
IK: Fue una actividad puntual. Pero sí, se inscribe dentro de la imprescindible unificación de esfuerzos para consolidar una oposición más articulada al sindicalismo gubernamental. Y, sobre todo, para acordar una plataforma y un plan de lucha comunes. Tenemos un balance positivo de la marcha al Ministerio, así como de la “asamblea abierta” (con alrededor de 300 personas) realizada el mismo día del Paro General, donde estas fuerzas clasistas nos expresamos claramente, de forma activa y militante, contra el gobierno. Así manifestamos nuestra crítica a la propuesta del Secretariado del PIT-CNT de hacer una medida de paro sin movilización. De todas maneras, no queremos generar ilusiones en torno a este tipo de coordinaciones. Nosotros no queremos alimentar operaciones artificiales que luego, en las primeras de cambio, desaparecen. Estamos por una coordinación de todas las fuerzas clasistas sobre bases sólidas. De poco serviría una coordinación por tal o cual asunto si después, por ejemplo el 1º de Mayo, hay dos o tres actos contrapuestos convocados por esas mismas fuerzas clasistas, como viene ocurriendo en los dos últimos años.
Correspondencia de Prensa. germain5@chasque-net
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