viernes, 3 de septiembre de 2010

EN TORNO A LA MUERTE DE FOGWILL

EN TORNO A LA MUERTE DE FOGWILL



Por Andrea Gallegos(*) 

- El 21 de agosto, a las cinco de la tarde, llegó el mensaje. Como todo mensaje portador de malas noticias, era escueto: “Murió Fogwill”. La primera reacción fue de estupor: ¿cómo iba a morirse ese viejo provocador, egocéntrico, inteligente y filoso como pocos, la voz más interesante surgida en la literatura argentina en los últimos treinta años?





  “Para escribir hay que ser un gran mentiroso. En mis libros hay un noventa y nueve por ciento de mentiras. Eso es la literatura, por suerte“ Fogwill

A la sensación de duelo siguió la urgente necesidad de releer “Los pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea”, la novela que narra descarnadamente las estrategias de sobrevivencia de un grupo de desertores del Ejército durante el conflicto de Malvinas. Cuenta la leyenda que la novela fue escrita en seis días, entre el 11 y el 17 de junio de 1982, el tiempo que le duraron al escritor 12 gramos de cocaína. De ella dijo: “Yo sabía mucho del Mar del Sur y del frío, porque yo sufrí mucho frío navegando. Sabía de pibes, porque veía a los pibes. Sabía del Ejército Argentino, porque eso lo sabe todo tipo que vivió la colimba. Cruzando esa información, construí un experimento ficcional que está mucho más cerca de la realidad que si me hubiera mandado a las islas con un grabador y una máquina de fotos en medio de la guerra. Con la inmediatez de los hechos te perdés.” Ese experimento ficcional constituye una de las mejores novelas bélicas del siglo, que se detiene morosamente en la materialidad de la guerra, en su puro presente. En ella, además, se homenajea a dos grandes escritores argentinos, a Puig y a Borges. A Puig en el pichi homosexual que cuenta una o dos películas por día, a Borges en el rosarino judío, Acevedo, impecable narrador de cuentos judíos. También se da el gusto de citar a Rubén Darío (“el mar como un vasto cristal azogado/refleja la lámina de un cielo de zinc…”) y de aludir a las monjas francesas desaparecidas.

Rodolfo Enrique Fogwill, “Quique” o “Quiquito”, nacido en 1941 en Quilmes, se recibió de sociólogo a los 23 años, fue docente, consultor de grandes empresas en las áreas de Publicidad y Desarrollo de Productos, ideó slogans para la marca de cigarrillos Jockey, escribió durante años los chistes y horóscopos de los chicles Bazooka y fue el inventor de la frase “El sabor del encuentro” con la que se publicita la cerveza Quilmes, aunque había sido pensada originalmente para promocionar cigarrillos. En el año 1979 ganó el premio Coca Cola con el libro de cuentos “Mis muertos punk”, y desde entonces no paró de escribir: en 1982 publicó “Música japonesa” (cuentos), en 1983 “Los pichiciegos” y “Ejércitos imaginarios” (cuentos), en 1985 “Pájaros de la cabeza” (cuentos), en 1990 “La buena nueva” (novela), en 1991 “Una pálida historia de amor” (novela), en 1992 “Muchacha punk” (que incluye el cuento del mismo nombre, considerado por Elvio Gandolfo como imprescindible en cualquier antología de cuentos, indiscutiblemente el más bello y prometedor comienzo de un relato: “En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir “hice el amor” es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres”), en 1993 “Restos diurnos” (cuentos), en 1998 “Vivir afuera” (novela), en 2003 “Runa” (novela). Publicó libros de poesía y fundó una editorial “La Tierra Baldía” en la que difundió la obra de poetas como Lamborghini y Perlongher, entre otros. 

Colaboró en diferentes medios gráficos y, atento a las estrategias de marketing, construyó un personaje políticamente incorrecto (“Fogwill” a secas) que apuntaba a desmoronar todos los clichés del progresismo bienpensante. Por momentos, el personaje que se manifestaba a favor de la pena de muerte y contra el matrimonio igualitario, que se regodeaba destrozando la obra de “los chicos tontos” egresados de “la acamierda”, como nombraba despectivamente a Puán, cobró más trascendencia que el escritor dueño de una voz narrativa atenta a todas las torsiones del lenguaje. Sin embargo, más allá de sus posturas extravagantes y reaccionarias, existe una obra desprolija y urbana, plagada de extrañeza y de la que no se puede prescindir porque, como afirmara Florencia Abatte, “Fogwill ha sido el apasionado defensor de un tipo de literatura que ejerza una libertad que nos haga sentir un poco incómodos.”

(*) Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Profesora de Lengua y Literatura en el sur del Conurbano Bonaerense y el Gran la Plata.

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